sábado, 18 de octubre de 2014

El trayecto

Camino. Decidí tomar la ruta de Revolución para probar si es mejor que la del Periférico. Vengo de una fiesta y uso unos zapatos de tacón que podrían no ser ideales para caminar por la ciudad, pero tras reprochármelo noto que no son incómodos.

Es una zona de calles muy empinadas. Por suerte, en este momento voy bajando. Algunas casas y restaurantes han puesto escalones en sus banquetas, pero son tan estrechos que se ve como un camino peligroso.

Junto a mí camina un señor con un hijo adolescente. No los conozco, son extraños que van caminando por el mismo sitio que yo, pero platicamos sobre mi perro y me dicen que tenga cuidado al bajar los escalones frente a un restaurante de mariscos. Pienso que el lugar se ve lindo y debería venir a probar la comida.

Ellos se adelantan y sigo caminando sola, aunque puedo verlos unos pasos más adelante. Llego a un crucero enorme, los edificios de la calle son hermosos, de arquitectura colonial y la tarde hace que sus paredes se vean naranjas y rosadas.

Me apresuro a cruzar aunque el semáforo está por cambiar. Viene en sentido contrario a mí un desfile militar o algo parecido y si no me doy prisa tendré que esperar a que pasen todos los uniformados.

Ya en el otro lado, camino por una calle amplia y empedrada. Por la acera me encuentro a una muchacha que es parte del desfile, pero les han dado un descanso de unos minutos, así que puede platicar conmigo un rato y caminamos.

Ahora la calle sube un poco, pero nada agotador. Llegamos a un sitio en el que hay unas escaleras que descienden hasta un pequeño jardín y parece un muy buen lugar para sentarse un momento y comer un sándwich.

Mientras pienso que es un día muy sociable para mí, conviviendo con extraños en dos ocasiones, desenvuelvo el sándwich que ella me dio y la escucho hablar de las plantas que hay en el jardín. Son algo como kokedama y ella dice que podrían adornarlos para que se vieran como animales y lucieran más.

Le pongo atención al jardín y veo que muchas de las plantas tienen largas ramas sin mucho follaje, con frutas pequeñas y rojas. Al fondo hay un arbusto con hojas en forma de corazón, podado con apariencia de foca. La muchacha tiene razón: el arbusto es tan bonito que cuesta trabajo creer que no sea una planta artificial... Pero está vivo, muy vivo. Me doy cuenta de que sus hojas se mueven y que la planta entera se acerca a nosotras. En realidad debe ser un animal cuya piel parece hecha de hojas. Es muy amigable y recibe las caricias y comida que le damos. Debió escaparse de algún lugar donde lo adaptaron a los humanos y lo educaron.

Ahora noto que ella estaba leyendo en voz alta, que ella es mi voz contando todo lo que va pasando. Termina el cuento que se llamaba "El trayecto", cierra el libro y veo la portada, se llama "Mi voz dentro del mar".

Sobre el nivel del mar, Vladimir Kush.

martes, 7 de octubre de 2014

Esto no es una crítica al cine comercial

Primero, dejemos a un lado las películas de acción "de culto" y las de aventuras o ciencia ficción con batallas y espectaculares efectos especiales. Hablemos solamente de aquellas que podríamos de manera aleatoria titular "Golpes y gloria", pues todos los elementos del filme giran en torno a una sola cosa: LA ACCIÓN. Escenas de peleas, persecuciones y explosiones que más que un medio para narrar alguna historia se convierten en la inspiración, el argumento, el objetivo y la historia misma.

Establecido el marco conceptual, va la pregunta: ¿por qué las películas de acción son tan cursis?

Además de los efectos especiales y los chistes (voluntarios e involuntarios) que caracterizan a las películas de este tipo, uno de sus ingredientes básicos es la hermosa damisela en problemas, a quién el héroe acabará salvando y junto a la que vivirá feliz para siempre. Si separamos la línea amorosa de la explosiva y veloz, no hay una trama muy diferente a la de cualquier comedia romántica. 

Por supuesto que entiendo que el cine es, entre muchas cosas, un reflejo de los grupos sociales en los que se produce y exhibe, un escaparate en el que se expone qué conductas son "normales" o "socialmente deseables"; así que es natural que el héroe sea intrépido, fuerte y patriota, pero sensible y enamorado.

También sé que no todo el cine debe ser arte y que hay un público enorme demandando películas entretenidas e intrascendentes de las que no espera mucho más que pasar el rato y en las que no importa lo predecibles y prejuiciosas que son.


La cosa es: si ya decidiste hacer una película en la que la trama no importa y sólo buscas exagerar clichés, explotar recursos fáciles y apelar a las emociones más básicas, ¿para qué dar lecciones morales?


Si se trata de películas "para hombres" y seguimos la línea de los estereotipos de género, nada tendría de malo que cada película de acción tuviera muchísimas mujeres espectaculares con muy poca ropa y mucha disposición al sexo casual y los tríos con otras chicas...


No sé. Desde luego, este no es un post serio. Respeto muchísimo las preferencias cinéfilas de cada quién, pero hay bromas que es muy difícil dejar pasar.

lunes, 6 de octubre de 2014

Dime a quién insultas...

Hay ciertos insultos que me provocan náuseas.

Afortunadamente, tengo un sentido del humor que me permite reír de chistes sexistas, racistas o xenófobos y asumirlos como lo que son: chistes. No obstante, veo que desde hace un tiempo las redes sociales, las revistas y la vida se van llenando de publicaciones en las que el término "Godínez" ha dejado de ser -si es que un día lo fue- una broma y ahora se usa para describir despectivamente a una buena parte de los trabajadores en México.

Incluso si dejamos de lado el hecho de que ese sector lleva a cabo un montón de trabajos que quienes los insultan serían incapaces de realizar, que pagan impuestos, compran a crédito y en resumen sostienen una buena parte de la vida que todos llevamos; es decir, incluso si dejamos de lado todo lo que tendríamos que agradecer y respetar, me resulta incomprensible de quiénes vienen -en general- estos insultos.

He de reconocer que aquellos que escriben artículos sobre los mandamientos de los Godínez, las revistas que publican cuestionarios para determinar qué tan Godinez son sus lectores y las personas que llenan sus redes sociales con chistes sobre Viernes Godínez y cosas por el estilo, siempre me han parecido más esnobistas que otra cosa, pero no deja de sorprenderme que aquellos capaces de concebir la condición de Godínez sean también los que se esfuerzan por parecer, creen ser y se declaran personas cultas, ingeniosas, incluyentes, librepensadores, demócratas, humanistas...

Además hay que decir que estos agudos comentarios de adultos sofisticados (diría Lisa Simpson) no vienen de rockstars ni artistas o cuando menos freelancers. Vienen de personas que tienen un trabajo de-nueve-a-cinco, la mayor parte de las veces en un cubículo. Se sienten distintos por la educación que recibieron y el toque trendy que imprimen en su vida, pero también buscan EL ÉXITO, una pareja estable y un futuro con hijos, casa y coche.

Claro que entiendo que celebrar los viernes en El Barón Rojo o comprar productos Avón en la oficina está lejos de ser un estilo de vida deseable para muchos, pero no comprendo cómo se puede tener el descaro de calificarlo como malo. ¿De verdad se puede ser tolerante y al mismo tiempo creer que las aspiraciones propias y sólo esas son las correctas? ¿Les resulta congruente andar ejerciendo de animalista-yogui-veganos y juzgar a alguien como pernicioso por la música que escucha? ¿Sus tatuajes pacifistas o con citas de Cortázar y Saint-Exupéry son absolutamente compatibles con las burlas sobre la dieta de los oficinistas? ¿Sus chistes los hacen profundos pensadores y los alejan de la gente superficial a la que también critican?

No sé, considero que todos estamos en libertad de sacar de nuestras vidas aquello que no nos gusta.

Para mí, "IMBÉCIL" y "ESTÚPIDO" siguen siendo los mejores insultos, los que se refieren directamente a la inteligencia.










Preguntando tal vez no llegues a Roma... pero a algún lugar llegarás...

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