martes, 24 de agosto de 2010

Las muestras gratis y lo que nos gusta creer

Hace algún tiempo trabajé en una empresa que, en una versión posmoderna de los merolicos de película, vende en multinivel un agua milagrosa capaz de sanar a quien la consuma, además de hacerlo feliz y exitoso.

Me encargaba de redactar y programar el boletín para socios que se publicaba en internet, así que tenía un escritorio en el departamento de Medios, justo al lado de la dirección, y pasaba todo el día con los editores de vídeo, fotógrafos, diseñadores y demás individuos encargados de la imagen pública de la empresa.

No sé si ustedes los conozcan, pero yo nunca antes había tenido contacto con un negocio que funcionara en multinivel, y cuando tuve que cubrir el primer "desayuno mensual de socios" me sorprendió mucho encontrarme con cantos, sermones y varios ritos que se ajustaban a mi prejuicio sobre lo que debe pasar cuando acudes al llamado de la Iglesia Universal del Reino de Dios, seguramente identificada por todos con el grito "pare de sufrir".

Obviamente, aquella y todas las veces que estuve en los eventos o que revisaba el material que me mandaban para publicar, tuve que hacer un esfuerzo enorme por no reírme demasiado y limitarme a algunos chistes con mis compañeros, que tampoco podían quedarse serios cuando al fondo del salón había un karaoke con un himno naturista y todos cantaban conmovidos "yo tengo fe...".

Sin embargo, durante casi tres meses entrevisté y escuché a muchísima gente que daba testimonio de haberse curado de cualquier cantidad de cosas que iban desde raspones hasta cáncer, o salvarse de la amputación de un pie. Todos los días, de lunes a sábado, lo mismo el personal de limpieza que vendedores y directivos, todos los empleados veíamos por todas partes "evidencias" de que no había nada más maravilloso que ese elixir de vida, y lo recibíamos como una más de nuestras prestaciones salariales cada quincena, en paquetes que abarcaban presentaciones regulares, saborizadas, pomadas, jabones y jarabes.

Y así un día, entre los comentarios del fin de semana y las quejas varias que se platican en las oficinas, escuché que un editor de vídeo, que dos días antes se reía abiertamente en el evento que cubrimos, buscaba opciones para que sus griposos hijos accedieran a tomarse lo que vendíamos y comprobaran en tos propia los milagros que nosotros escuchábamos todos los días.

Obviamente uno no puede escuchar esas cosas sin sonreír un poco mientras agacha la cara para disimular, pero pensado a la distancia sobresale todo el asunto de las muestras gratis y lo que nos gusta creer.

Yo no sé si funcione igual con los champús y las galletas, pero en esa empresa daban muestras gratis con dos objetivos:

El primero, engancharte en el multinivel, pues te pedían que fueras a recogerla al local donde la vendían, para explicarte cómo usarla, y entonces todo funcionaba como en los desayunos a los que te invitaban (al menos cuando yo era niña) para venderte enciclopedias o tiempos compartidos.

El segundo, el impresionante, dejarte a la mano la posibilidad de usar su producto si un día necesitas creer; episodio casi inevitable en la vida de cualquiera.

Ignoro si ustedes crean en la justicia divina, el karma o el Osito Bimbo, pero a mí no me suena imposible que una buena parte de las enfermedades tengan que ver con manifestaciones del inconsciente (somatizar, pues), y en esa línea de pensamiento también considero probable que la suma de una buena alimentación, algún preparado de yerbas depurativas y la creencia de que todos tus males desaparecerán, sea capaz de hacerte sentir mucho mejor.

El punto es que casi todos los productos milagrosos que prometen eliminar la raíz de nuestros problemas pretenden que "cambiemos de actitud" y nos deshagamos de ciertos "malos habitos" que, particularmente en los problemas nutricionales, son precisamente la "mala raíz", y que en cualquier situación que tenga que ver con la salud nos harán sentir mucho mejor aunque no tengan relación alguna con el padecimiento que queramos tratar.

Debo confesar que muchos meses después de dejar aquella empresa me enfermé de laringitis y probé uno de los jarabes que me habían regalado y hasta pensé en convertirme a su culto por el alivio que sentí, pero tristemente en mí habitaba un bicho al que los pensamientos positivos venían valiéndole madres, así que cinco minutos después volví a perder la voz, tuve que tomar antibióticos durante dos semanas y permanecer en mi excepticismo...

Preguntando tal vez no llegues a Roma... pero a algún lugar llegarás...

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