viernes, 3 de agosto de 2007

La vida de los otros


LA VIDA DE LOS OTROS, Florian Henckel von Donnersmarck (Alemania, 2006).

En la República Democrática Alemana de los años ochenta un respetado profesor y capitán de la policía secreta recibe el encargo de vigilar a un dramaturgo y a su novia, una popular actriz; sospechosos de no ser leales al régimen socialista que los gobierna, a pesar de su ejemplar desarrollo en el sistema. Los ojos del capitán están vacíos, como su vida, dedicada por entero al trabajo. Sin embargo, un día su mirada se llena de miedo y su existencia tiembla.

La vida de los otros es el largometraje con el cual debuta Florian Henckel von Donnersmarck, un alemán de 31 años que siempre vio su país desde fuera, y en su primer acercamiento nos trae una historia de amor por la belleza, la vida, la libertad y por el amor mismo.

“Creo que se debe poner como guardianes de una cosa a los que tienen menos deseos de usurparla [...] de modo que, si ponemos al pueblo como guardián de la libertad, nos veremos razonablemente libres de cuidados, pues no pudiéndola tomar, no permitirá que otro la tome”.
- Nicolás Maquiavelo.


El sistema vigila a los que abiertamente se muestran en su contra, pero también recela a aquéllos que parecen satisfechos. Para ello, en un país de dieciséis millones de habitantes trabajaron noventa mil agentes de la policía secreta, apoyados por más de doscientos mil informantes de la población civil, obligados a colaborar por diversas razones y métodos, aunque el factor común en casi todos fue el miedo.
Convencido de que la intervención es una batalla en la que por encima de la libertad personal debe prevalecer la seguridad del Estado, el capitán Gerd Wiesler (Ulrich Mühe) dedica su existencia a observar la de los otros, los enemigos del socialismo y los sospechosos de serlo; por lo que se esfuerza en la nueva tarea encomendada, sin imaginar la trascendencia de ésta en su propia vida.
Por su parte, Georg Dreyman (Sebastian Koch) es reconocido como el único dramaturgo no subversivo que se lee en occidente, y sus convicciones resultan auténticas en los primeros días de vigilancia, cuando incluso está de acuerdo con las penas que aplica el Estado a los supuestos enemigos. Sin embargo, el suicidio de su amigo Albert Jerska (Volkmar Kleinert), poeta y dramaturgo exiliado de los escenarios por el contenido político de sus obras, lo lleva a replantearse si puede destrozarse la dignidad y libertad de una persona en nombre de la seguridad del Estado; pregunta que se acompaña de dos sugestivos símbolos: la Sonata para un buen hombre, legado de Jerska para Dreyman, cuya belleza conmueve también al Capitán Wiesler, agazapado en su puesto de escucha; y un libro de Brecht, icono de los intelectuales socialistas, pero probablemente asesinado por la misma Stasi.

¿SIGUES APOYANDO AL BANDO CORRECTO?
Uno de los aciertos de la película es que puede satisfacer a defensores y detractores del socialismo, pues si bien nos hace sentir el miedo de la población por la constante vigilancia y las consecuencias de ser encontrado culpable; también muestra que más allá de las intenciones de cualquier sistema están las de sus ejecutores, no siempre puras y conformes con los ideales que deberían perseguir.
La vida de los otros no cuestiona ni apoya al socialismo o al capitalismo, y aunque sus personajes se ven turbados con preguntas sobre la libertad, lo que realmente los hace dudar es la manera en que se aprovechan ciertos mecanismos de “seguridad” para solucionar los problemas personales de altos funcionarios; situación que, como todos sabemos, podría ocurrir en cualquier país, independientemente de sus políticas económicas y sociales.
Así, el interés del Ministro de Cultura Bruno Hempf (Thomas Thieme) por hallar rebelde a Dreyman, esconde la relación amorosa que aquél pretende con Christa-Marie Sieland (Martina Gedeck), novia del dramaturgo. De modo que cuando los superiores cuestionan a Wiesler “¿Sigues apoyando al bando correcto?”, él debe preguntarse además “¿Cuál es el bando correcto?”
Al respecto, el director define su obra como “una película acerca de la capacidad de los seres humanos para hacer lo correcto, sin que importe lo lejos que se hayan adentrado por el sendero equivocado”, y aunque resulte pretencioso juzgar los actos como apropiados o erróneos, lo ultimo que la cinta resulta es una lección moral, por lo menos en el sentido de dividir a “los buenos” de “los malos”.

UN VISTAZO A LA RDA
A pesar del bajo presupuesto con que se realizó la película, los detalles de producción son tan cuidados como el guión y las actuaciones. Para ello, Florian Henckel pasó casi cinco años investigando las condiciones de vida de Alemania del Este, por supuesto en lo relacionado con la vigilancia secreta, pero también en detalles como el colorido de las calles, que reflejaban el temor de sus habitantes, pues la realidad que intenta retratarse incluye tanto el aspecto físico del país de entonces, como las sensaciones que éste generaba.
No obstante, el decorado consigue ser lo que el director llama “un telón de fondo”, que no distrae al espectador de la conexión emocional con los actores, cuya interpretación es admirable en conjunto, pero que merece especial mención en el caso de Ulrich Mühe, capaz de hacernos sentir miedo, coraje o ternura con sólo una mirada, y que por este papel ha obtenido diversos premios europeos como mejor actor. Sin perder de vista las victorias que han obtenido el guión, la película y el director en galardones de todo el mundo, que van desde los reconocimientos otorgados por la crítica alemana hasta los Globos de Oro.
Según explica su creador, la cinta intenta superar la imagen que habían presentado las películas de los últimos años sobre Alemania Oriental, ese lugar curioso con personajes raros que nadie se toma en serio; y lo consigue a través de los sentimientos de tres personas, que aun cuando viven sumergidas en la política encuentran que su existencia es mucho más que eso.

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Preguntando tal vez no llegues a Roma... pero a algún lugar llegarás...

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